
“El Señor Jesús subió al Cielo y se sentó a la derecha de Dios”
En el Evangelio de San Lucas 24, 50-53 se narra cómo, después de dar las últimas instrucciones a los Apóstoles, los llevó cerca de Betania y mientras los bendecía, alzando las manos, subió al Cielo. Los Apóstoles lo vieron alejarse hasta que desapareció en una nube.
Con su Ascensión al Cielo, Jesús nos abre las puertas para que podamos seguirle. La Ascensión es para todos los cristianos un símbolo de esperanza, pues sabemos que Cristo está sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros y que un día podremos llegar con Él a gozar de la felicidad eterna. Por esto, celebramos la fiesta con una Misa solemne. Durante la celebración de la Misa, puede haber una procesión solemne, con incienso. El crucifijo se adorna de blanco, se llevan luces y flores.
Esta solemnidad ha sido trasferida al domingo 7º de Pascua en muchos lugares desde su día originario, el jueves de la sexta semana, cuando se cumplen 40 días después de la Resurrección, conforme al relato de San Lucas en su evangelio y en los Hechos de los Apóstoles; pero sigue conservando el simbolismo de la cuarentena: cómo el Pueblo de Dios anduvo cuarenta años en su éxodo de Egipto hasta llegar a la tierra prometida, así Jesús cumple su éxodo pascual en cuarenta días de apariciones y enseñanzas hasta ir al Padre. La Ascensión es un momento más del único Misterio Pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo, y expresa sobre todo la dimensión de exaltación y glorificación de la naturaleza humana de Jesús como contrapunto a la humillación padecida en el suplicio y la muerte.
Este es un día que nos enseña a comprender y vivir el misterio litúrgico, proclamando un momento de la existencia de Cristo y participando por la eucaristía en Él, “en quien nuestra naturaleza humana ha sido tan extraordinariamente enaltecida que participa de su misma gloria”.
ASCENSIÓN DEL SEÑOR