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30 Jul 2018

EL MARTIRIO ES LA MEJOR PROFESIÓN DE FE

  • 30/07/2018
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  • Artículos Diocesanos, Monseñor Romero, Portada

Editorial Periódico Diocesano Chaparrastique mes de abril 2018

Por: Pbro. Víctor Noé Rubio Alfaro 

_______________________________

Le damos gracias a Dios por haber celebrado el 38o aniversario del martirio de Monseñor Romero, quien con su vida y sobre todo con su muerte, nos recuerda que la vida solo tiene sentido cuando le entregamos al servicio de un ideal consistente. La carencia de sentido en la propia existencia es el mayor enemigo de la felicidad del ser humano, pero gracias a Dios tenemos razones para la alegría porque tenemos razones para la esperanza.

Las personas que han experimentado el martirio nos recuerdan que quien conoce, acoge y ama a Jesucristo, está dispuesto a entregar la vida por Él y por los hermanos hasta el derramamiento de la propia sangre:

“He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirle que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección; si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad” (Mons. Romero, marzo 1980).

En los mártires, la Iglesia ha reconocido siempre la presencia y la acción del Espíritu Santo, es Dios con su gracia quien actúa. Los mártires nos enseñan con su comportamiento y actitudes que el martirio es la manifestación del credo más elocuente y la confesión de fe más nítida que un cristiano puede profesar. Pero no se trata de una confesión improvisada, sino de una auténtica manifestación de fe, consecuencia lógica de una vida dirigida y animada por el Evangelio.

En la vida y en la muerte de los mártires como sucedió con Monseñor Romero, se cumple a la perfección el evangelio de Jesucristo:

“El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si se pierde así mismo?” (Mt 16,24),

“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24).

Es impresionante en los mártires comprobar la fortaleza de su fe ante la muerte martirial y la valentía con la que afrentan los tormentos. El mártir actúa siempre desde la serenidad que nace de su confianza ilimitada en el señor y a imitación del maestro, ofrece gestos y palabras de perdón y de paz para todos, incluso para sus verdugos:

“Jesús dijo: padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).

“Mientras lo apedreaban, Esteban invocó señor Jesús: recibe mi espíritu. Y arrodillado, grito con voz potente: señor, no les tengas en cuenta este pecado” (Hch 7,59).

“Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro. Si llegasen a matarme, perdono y bendigo a quienes lo hagan” (Mons. Romero, marzo 1980).

Los mártires manifiestan una experiencia onda del amor de Dios. Impulsados y sostenidos por este amor y como respuesta al mismo, quienes han padecido el martirio no dudan en profesar la fe hasta las últimas consecuencias, mostrando de este modo una perfecta unidad entre lo que creen y lo que hacen, entre lo que confiesan y esperan alcanzar. Han entendido a la perfección aquella enseñanza de Jesús, según la cual nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,13):

“Como pastor, estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aún por aquellos que vayan a asesinarme. Si llegaran a cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi sangre por la redención y la resurrección de El Salvador”.

“El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y señal de que la esperanza será pronto una realidad”.

“Ojalá, se convencieron de que perderán su tiempo: un obispo morirá, pero la iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás”. (Mons. Romero, marzo 1980)

El testimonio de los mártires debe estar siempre muy vivo en la Iglesia y en el corazón de cada cristiano. Ellos nos animan hoy a vivir nuestra pertenencia al Señor y a dar público testimonio de su amor y salvación superando los miedos y temores. El acomodamiento de la vida cristiana, la vida de una sociedad relajada y muchos otros acontecimientos pueden hacernos olvidar la experiencia del martirio. Éste testimonio de fe no solo debe afectar el espacio y el tiempo en el que sucede, sino que es una realidad que acompaña toda la historia de la iglesia.

Invoquemos sobre toda la humanidad la intercesión de Monseñor Romero y pidámosle que al contemplar su vida y su testimonio creyente no tengamos miedo de confesar con obras y palabras nuestra fe en Jesucristo el único salvador de los hombres. Dios es fiel y no permitirá nunca que las dificultades y las pruebas de la vida superen nuestras fuerzas.

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